Lo que nos queda muchas veces en estos lares será, una taza de café frio, un pan mohoso, una lagrima perdida en saber donde.
Las gotas de lluvía vuelan en busca de su libertad, las lágrimas se suicidan. Ambas acaban allá, abajo, desparramadas.
Pasan cien primaveras, y la número noventa y cinco se llena de la tertulia húmeda entre dos gotas.
Esos milisegundos, esas fracciones, ese tiempo muerto que conquista su plática, acaban en su alegría y su tragédia.
La gota de lluvía, como kamikaze enceguecido se arroja al espacio-tiempo, en contra del gobierno abrasante del sol.
La gota de lágrima, es más un mártir olvidado, se desliza por el rosro palido del momento.
Los momentos mas sublimes, aquellos donde el noise del mundo ahoga el grito inmune del olvido.
Esos instantes putridos y perfectos, esas tantas catarsis infinitas que engullen las almas.
5 milisegundos antes de morir, las dos se miran a la cara. Se analizan, se observan, se besan, se quieren, se tocan.
Mueren.
Antes de caer, una quema los ojos de donde nacio, la otra quema la nube blanquesina de donde nació.
Abandonan el pasado para entregarse al futuro, al momento, al recuerdo.
Ambas caen en el mismo sitio, ambas se pierden en el universo cosmico de algún pedazo de pavimento.
El pan se sigué pudriendo, el cafe se sigue enfriando. Llueve y abunda la nostalgia.
Aflora el amor.
¡Mercí a tout!
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