Nos sentamos los dos a leer un cuento.
Un cuento miserable, de un autor miserable, uno de esos tantos que crecieron por los barrios de Paris y al llegar a los treinta se suicidaron mezclando lejia con vodka. Cuanta miseria.
Hablaba de un oso el cuento, un oso que se creia gato, que vestia como un perro solo para ir y enamorar señoritas lindas a la luz de la luna.
Hablar de osos. Ridiculo.
Hablar de osos cuando bajo la luz de la luna de un Paris ficticio yace ante nosotros dos el amour de la vie.
Si, esa extraña sensacion de tener polillas hambrientas dentro de la panza.
¿Que nos quedara de la noche despues de que te la acabes?
Dime querida, acaso prefieres el silencio de los besos o el noise de la poesia en tu nombre.
Grita que me quieres muerto para ir por una flor a los campos eliseos y sacarle el dedo a Hades.
Cuanto cariño.
Olvidemos los te amo, olvidalos entre la maleta azul de los '90 que se perdio al transbordar autobus en cuatro caminos.
Olvidalos alli, en el fondo del abismo de quien sabe donde.
Besame querida y que de tu boca en pleno susurro quiero oir un je t'aime mon amour.
je t'aime.
El oso al final de las lineas se vistió de perro para siempre, ya no era un oso, era un perro, ya no era tan miserable. Ya no terminamos de leer.
Se nos va la noche...
Merci.
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